martes, 17 de febrero de 2015

Yo soy yo


Desde que empecé a escribir, teniendo 4 años recién cumplidos, me di cuenta de que algo no iba bien. No era que me faltara algo o que yo no estuviera haciendo lo que quería, al contrario, amaba escribir porque me ofrecía la llave para abrir una puerta mágica, que me llevara muy lejos de casa, lejos del colegio, lejos de todo. Sin embargo, mi familia no era feliz. Se reían de mí como también se reían en el colegio. Supongo que les parecía gracioso, pero eso aún me hacía querer más, más páginas en la libreta, más punta en el lápiz, más viajes a lugares que, ya desde entonces, sabía que nunca visitaría. 

A medida que iba creciendo las cosas se complicaban en casa, en el colegio, las responsabilidades aumentaban, y yo me sentía más y más pequeñas, como si todos me estuvieran pisando. Quise salir a flote pero una serie de circunstancias me hicieron caer al fango y allí me quedé. A veces quería salir, pero necesitaba ayuda y esa ayuda no podía llegar hasta mí, porque yo no podía pedirla, y si alguien se ofrecía, en casa se encargaban de que se alejara. 

Pero en el 2009 llegó mi oportunidad. Gané un concurso y me di cuenta de que lo que a mí me hacía feliz y una mujer completa, seguía sin gustarle a mi familia. Yo tenía que callar, oir y ver, hacerlo todo por mis padres y permitir que me hicieran lo que quisieran, yo era su hija, así que tenía que aguantarme, ellos eran perfectos, yo era la malvada porque no llevaba dinero a casa. La pregunta que yo me hacía era ¿para qué llevar dinero a casa? ¿para que mi madre se lo gastara en el bar y mi padre me pegara? no gracias. 

Sin embargo, mis deseos de escribir no cesaban. Lo necesitaba más que nunca por que necesitaba huir, no podía irme, pero si podía llevar mi mente lejos de casa, lejos de todo aquello, lejos de los malostratos que recibía sin que nadie me ayudara. Y llegó. 

Hace casi dos años, mi padre falleció. No me deis el pésame por favor, paso de falsedades, no lamento su muerte, se acabaron sus malostratos, se acabaron sus palizas, se acabaron sus intentos de violaciones, se acabó todo eso. Por fin, estaba a punto de quitarme la vida yo, así que me aproveché. Durante el primer año me convertí en lo que mi madre quería que yo fuera: la niña dócil que hace sin quejarse, que vive por los demás y se olvida de ella, la niña que calla y deja que todos la mangoneen. Incluso de la calle llegaban personas amigas de ella para decirme que me callara cuando ella hablara, que tenía que mantenerme callada y hacer las cosas, que tenía que cuidar de ella. 

Pero ese primer año me llevó a este, hasta junio tengo libertad, puedo hacer lo que quiero, puedo escribir con libertad, nadie tiene derecho de decirme nada, nadie puede mandarme y puedo dar rienda suelta a mi imaginación de escritora para crear las historias que estaban incompletas en el cajón. Las que quedan, porque muchas historias han ido al contenedor de papel para reciclar, ya sabéis, yo no podía, así que si me veían, esa historia, se iba a la basura. 

Menos dos: La navidad de Wyatt es un relato del western con tintes románticos, que se encuentra incluido en la Antología Navideña de la Editorial Tempus Fugit. Y El caballero irlandés es una novela romántica histórica, que se encuentra a la venta en Amazon. 

Puede que quede poco para junio, pero ¿sabéis qué? Que no me ha ido mal ¿verdad? Ah, y voy a continuar, seguiré adelante escribiendo ya sea por detrás o por delante, me da igual, mi seudónimo es Amanda Cuore porque voy a seguir, y nadie, ni nada, me lo va a impedir. 


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